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Cuidado con el facilismo para enfrentar los problemas de la educación matemática

             No es desconocido que en el país las promociones en matemáticas son francamente malas y, con relación a las otras disciplinas, son cualitativamente más bajas. (Este un problema no exclusivo de Costa Rica en el que intervienen diferentes factores). Esto ha generado una presión muy fuerte a buscar mecanismos de solución de la problemática de maneras muy diversas. No todas han sido, desafortunadamente, positivas. Por ejemplo, las promociones podrían mejorar si se disminuyen los contenidos matemáticos, o si se baja el nivel de exigencia educativa. Menos contenidos que evaluar o menos nivel que exigir a los  estudiantes supone mejores promociones en matemáticas. Es fácil entonces proponer, abierta o subrepticiamente, disminuir el nivel y la exigencia en la enseñanza de las matemáticas. El asunto de fondo en esto es si es lo que el país y la ciudadanía están esperando de las autoridades educativas.

            Desde el punto de vista del progreso nacional, y del mejoramiento de vida de la población, no se puede pretender  avanzar sostenidamente si no se logra dotar al país de una sólida base en ciencias y tecnología. Y esto no es posible si la formación matemática es deficiente, es decir si ésta no tiene la amplitud, profundidad, solidez y el nivel que se plantea en condiciones similares en el planeta. El problema no es, entonces, solamente el de aumentar las promociones en matemáticas, sino el de crear la formación matemática que permita al país ser competitivo en un mundo que plantea muchos retos.

            Si una mejoría de las promociones en matemáticas se logra por la vía de debilitar los contenidos y bajar la calidad de las matemáticas, el país iría en el sentido contrario al que demanda su progreso. Ofrecer menos matemáticas y de menor calidad para obtener mejores promociones es ofrecer un fraude a la nación.

            Y no se trata en esto de eliminar contenidos que sean obsoletos o que no son ya importantes para la formación matemática que demanda el nuevo orden cultural y social. Eso es evidente. Muchos contenidos deberán ser eliminados, pero para abrir el paso a nuevos de mayor importancia e impacto en la educación matemática del nuevo milenio.

            De lo que se trata es de mejorar la educación matemática en todas sus  dimensiones, elevar su calidad y nivel, y lograr mejorar la asimilación y promoción de las mismas en esas condiciones.

 

Un nivel y exigencia educativos que no favorezcan la mediocridad

            Otra temática asociada a este asunto es el relativo al nivel educativo, de contenidos y exigencia educativos que conviene al país. Es claro que globalmente existen condiciones  de las que se debe partir a la hora de definir el nivel que se debe perseguir en el sistema educativo. No todos los países tienen las mismas condiciones y, por eso, la política educativa no puede establecer los mismos objetivos y exigencias para cada nación. Si un país se ha visto beneficiado por condiciones excepcionales educativas y sociales, su política educativa no puede ser la misma que la que se debe dar un país muy pobre y con grandes carencias sociales.

            Cuando se trata de un país subdesarrollado y con grandes carencias intervienen muchos factores de una manera específica. No se puede considerar que se trata de un país aislado como si se tratara de un país desarrollado en una etapa histórica previa de evolución. Lo que existe es una realidad de diferentes naciones con distintos desarrollos desiguales y combinados. Puesto en otros términos, existe una realidad internacional que plantea para un país en vías de desarrollo estrategias múltiples. Al mismo tiempo que se lucha por dotar de tiza y paredes a una escuela, se plantea la necesidad de acudir a las calculadoras y computadoras. No se trata de esperar a que todos tengan las paredes, el aula y la alimentación, y el contexto familiar estable, para usar los recursos tecnológicos y educativos más avanzados. Se trata de definir una estrategia que tomando en cuenta la realidad local, las limitaciones sociales y materiales, defina objetivos en varios niveles simultáneos, incluyendo lo más sofisticado de lo que existe en el mundo en los términos posibles.

            Por eso la exigencia educativa y el nivel que debe tener la educación hacia la población estudiantil no debe definirse en función de los sectores de esta población que tienen más dificultades y limitaciones, ni tampoco, por supuesto, en función de los que no tienen dificultades y limitaciones.

            Si juzgamos el rendimiento de la población estudiantil en una escala de 0 a 100, definiendo 100 como el máximo nivel de rendimiento y 50 la media, el nivel y la exigencia educativas que deben plantearse deben ser muy precisos con el objetivo de elevar el nivel de toda la población. Cuando se escriben textos escolares, por ejemplo, el nivel y la exigencia educativos no pueden estar orientados para los que llegan a 25. Si es eso lo que hacemos, por supuesto que los que están por encima de ese promedio no van a tener dificultades, pero tampoco el sistema educativo les estaría proporcionando los recursos apropiados para el mejor uso de sus calidades. El nivel y exigencia educativos deben estar entre 50 y 75. Las personas que por diversas razones posean dificultades con ese nivel, deberán disponer de acciones adicionales, propiciadas por el país, para poder dar la talla en ese nivel de exigencia. De la misma manera, el sistema educativo debería proporcionar mecanismos especiales para los estudiantes que estén por encima de la media en su rendimiento. El sistema educativo debe cumplir con esos objetivos.

            No se puede debilitar la formación de la mayoría de la población para favorecer a los sectores de menor rendimiento. Hacer eso significaría mediocrizar la formación educativa, e impedirse de elevar el nivel y la calidad del sistema educativo.

            En un orden de cosas similar, resulta tremendamente inconveniente la posición de alguna gentes que ve con malos ojos la introducción del uso de calculadoras, de papel cuadriculado milimétrico, del geoplano, en la educación escolar. Son recursos, señalan, de los que no disponen todos los estudiantes: “las escuelas pobres y rurales no podrían tener acceso a esos recursos. Por eso su uso debe limitarse. Antes de esos recursos está la tiza que hace falta, o arreglar el techo del aula”.

            Sin pretender que la ausencia de tiza sea irrelevante o que la debilidad de infraestructura no sea un problema, el país  no debe darse una política educativa general asumiendo como si la situación para todos fuera la ausencia de tiza y de techo, paredes o ventanas. La política educativa debe asumir como general la existencia de tiza, aulas, y de igual manera definir acciones específicas, particulares, para ayudar a las comunidades donde no se den esas condiciones. No se puede debilitar la formación educativa de la mayoría debido a la existencia de una realidad adversa para un sector. Lo que se debe hacer es buscar acciones adicionales para ayudar a los sectores débiles.

            Costa Rica en este sentido en su historia ha sido ambiciosa, audaz, y muchas veces ejemplo para otras naciones. Recientemente la acción de la Fundación Omar Dengo ha sido un ejemplo de poner la visión en el futuro, a pesar de las limitaciones existentes.

            A esta altura del siglo en Costa Rica, se puede afirmar que existen posibilidades de obtener calculadoras en la mayoría de comunidades del país. Si bien es cierto que no todo estudiante individualmente puede tener acceso a una calculadora, las escuelas pueden obtener acceso a calculadoras y organizar su uso de la manera más creativa. El estado y la sociedad civil pueden contribuir imaginativamente a proporcionar estos recursos en la forma requerida. Debilitar las posibilidades de usar la calculadora en la enseñanza de las matemáticas por consideraciones de ese tipo constituye un gran error. De la misma manera, no es difícil imaginar acciones para que todas las escuelas del país tengan acceso a papel cuadriculado y milimétrico, y ya muchas cosas han caminado para que haya computadoras más o menos al alcance de casi todas las escuelas. ¿Cómo negarse a usar a fondo la Internet para favorecer la enseñanza?

            No tener una visión dinámica y agresiva con relación a estos recursos constituye una mentalidad miope, regresiva. Y esto, desafortunadamente, aderezado a veces con tintes ideológicos, posturas politiqueras, o simple ignorancia, domina en varios medios institucionales que determinan y deciden las políticas educativas del país.

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