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B.  Objetivos del modelo didáctico. 

 

Antes de comenzar a explicar el tratamiento que deben tener los objetivos a alcanzar dentro del modelo, hay que anotar que, en  los declarados en las diferentes tareas desarrolladas por los profesores, el énfasis fundamental, se concentra en los conocimientos y habilidades; sin embargo, otros elementos concomitantes,  que forman parte del contenido, tales como el sistema de normas, sentimientos, actitudes y valores, marcharon rezagados aun cuando se hablaba de una formación integral. La confección de documentos de obligado cumplimiento, como los programas, diferenciaba objetivos instructivos y objetivos educativos, reflejando en alguna medida el problema que viene afectando la práctica educativa: la dicotomía entre lo instructivo y lo educativo; entre lo cognitivo y lo afectivo.

 

Teniendo en cuenta la impostergable necesidad de preparar a las nuevas generaciones, el MINED (Ministerio de Educación) asume como una de sus principales prioridades el trabajo formativo de los niños, adolescentes y jóvenes. Para dar respuesta a la prioridad antes mencionada resulta imprescindible partir de los objetivos como componente rector del proceso docente–educativo, termino que genera a su vez el de objetivos formativos.

 

En la actualidad la Pedagogía y las Didácticas asumen una clasificación de objetivos en instructivos, educativos y desarrolladores. El elemento esencial dentro de los objetivos educativos es que encarna aquellas cualidades trascendentes que se aspiran a formar en la personalidad de los estudiantes. Lo esencial dentro de los objetivos instructivos está en el dominio del conocimiento y el desarrollo de determinadas habilidades. Sobre estas posiciones, autores como Álvarez (1999), ven una relación dialéctica existente entre los diferentes tipos de objetivos al considerar los educativos como un elemento que contribuye a la formación de la personalidad y, a su vez, posibilita el logro de un nuevo objetivo instructivo. Es evidente que todos los objetivos instructivos no desarrollan los mismos objetivos educativos.

 

Además, dicho autor enfatiza en que el primer peldaño en la formación del objetivo educativo es el valor que cada elemento de contenido - conocimiento y habilidad-  tenga para el sujeto en formación, es decir, la medida de la significación que represente ese contenido para el alumno. Este criterio resulta válido para el aprendizaje que se debe provocar en los adolescentes, el cual será o no significativo en dependencia de cómo él se identifique con el contenido, la connotación que para él tenga, y de ello depende la creación de convicciones y valores.

 

En tal dirección Álvarez precisa que “... el objetivo educativo se alcanza por medio, a la vez, junto con lo instructivo y desarrollador” (Álvarez, C. 1999, p. 83), pero viendo lo educativo como más general que lo instructivo. Para el autor, “el objetivo desarrollador debe expresar, en su formulación, aquellas facultades u otras cualidades físicas o espirituales que se deben formar en el estudiante, como resultado de la acción directa de una o varias habilidades de conocimientos.” (Álvarez, C. 1999, p. 82); queda declarado así que el proceso formativo se sienta sobre las bases de los conocimientos y habilidades, en lo fundamental, para que el estudiante se forme como constructor de la cultura, ya sea material como espiritual.

 

Si analizamos los planteamientos anteriores se aprecia la interrelación existente entre los objetivos educativos, los instructivos y los desarrolladores, que demuestra cómo desde lo instructivo se puede potenciar lo educativo y viceversa. Aflora entonces, en primer lugar, una respuesta a las interrogantes relacionadas con las posiciones de inclusión, es decir, qué objetivo contiene al otro, y cómo lo educativo y lo desarrollador se potencian mediante la instrucción.

 

Asumir en este trabajo los objetivos formativos implica una simbiosis entre los objetivos instructivos, educativos y desarrolladores; supone además, atender los problemas de aprendizaje de los estudiantes con un montaje coherente y contextualizado que permita establecer el vínculo de la escuela con la vida, lograr una interacción grupal que cambie las concepciones tradicionales, dé un mayor protagonismo a los estudiantes potenciando la formación integral que se pretende lograr. Lo que se pretende es educar desde la instrucción, revelando justamente las potencialidades del contenido y evitando que se asuma una operación de suma de los diferentes objetivos.

 

En el modelo descuella la interacción de las dimensiones del proceso docente–educativo, es decir, las funciones instructiva, desarrolladora y educativa. La primera como la asimilación de los conocimientos por parte de los estudiantes; la segunda, como las transformaciones en el modo de actuación; y la tercera como los cambios positivos a lograr en los sentimientos, convicciones y valores en los escolares.

 

El componente de evaluación sufre transformaciones esenciales en relación con los modelos propuestos con anterioridad, porque no analiza el concepto de evaluación como resultado, sino como todo un proceso donde el profesor observa y analiza para comprobar, constatar, comparar, determinar, etc.

 

La evaluación resulta integral al vincular lo instructivo y lo educativo, reducirse el papel de las calificaciones e incrementar su función desarrolladora. Los estudiantes participan en el control y autoevaluación de su propio desarrollo, sin marginar en ningún momento el énfasis que debe tener el control de las acciones y de las operaciones en su conjunto. Con ello se propicia  dentro de la estrategia propuesta, los mecanismos de rastreo y comprobación de las acciones de los estudiantes.

 

En el modelo aparece un equilibrio entre las formas de enseñanza empleadas en el  proceso de enseñanza–aprendizaje, al conminarnos a no solo desarrollar las formas de pensamiento y habilidades de los estudiantes mediante los diferentes contenidos a tratar, sino también sus valores, con lo que habrá un devenir sensible y se resolverá dialécticamente el problema de los intereses individuales y los sociales.

 

Todos los elementos abordados en el decursar del trabajo se compendian y concretan en el modelo didáctico, asignado para el proceso de formación de valores a través del tratamiento de los problemas matemáticos. Dicho modelo recibió mejorías durante todo el camino investigativo transitado; se comprobó en la práctica la existencia de pautas de comportamiento fácilmente  identificable por los profesores y los estudiantes; la secuencia de actividades se repetía con características similares; fue aplicado con éxito, funcionó en situaciones diversas y produjo aprendizaje en los alumnos. A pesar de todo no lo consideramos acabados e inmutable, por llevar dentro de sí un carácter dialéctico y una condición de sistema abierto susceptible de incorporarle  nuevas etapas o acciones.

 


 

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