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"El ajedrez es mucho para juego y muy poco para ciencia". Con estas palabras don Miguel de Unamuno dejó constancia de la causa que le hiciera alejarse de su pasatiempo favorito. Sus palabras, por venir de quien vienen merecen comentarse y quizás vale la pena destacar, que si bien el concepto está apropiado, don Miguel dejó de lado la consideración más importante que pueda derivarse del ajedrez: nos referimos a la parte estética. Más que un juego o una ciencia el ajedrez es un arte. Quien llega a dominar el arte exquisito de sus combinaciones y adentrarse en la solución tan interesante de sus problemas, goza de una sensación estética tan saludable y tan emotiva como la que produce una hermosa sinfonía o la contemplación de un modelado o de una pintura de mérito. Porque es arte antes que todo, es que el ajedrez vale. Muchas veces he oído a más de un ajedrecista amargado justificar su retraimiento del tablero con la pregunta ¿de qué sirve el ajedrez? Valdría contestarle!: de qué sirve el arte?
No hay duda que le hombre necesita esparcimiento. La rigidez de las obligaciones diarias y el constante trajinar del trabajo hayan su bálsamo en la recreación. Pocas veces puede darse el caso de que la recreación coincida con el elemento de trabajo; en la mayor parte de los individuos la necesidad de un esparcimiento fuera de sus obligaciones cotidianas existe: para unos, la atención de su huerta casera; para otros la lectura, y así cada uno busca un medio donde renovar estímulos. Desde ese punto de vista, el ajedrez es un medio de recreación de lo más adecuado. Cabe agregar que de su práctica se derivan beneficios de otro orden como son la facultad de análisis y concentración y la costumbre de ver las cosas en forma reposada y lógica.
Y para eliminar prejuicios nocivos a su divulgación, afirmar que no es el ajedrez como vulgarmente se cree un juego de "inteligencia"; de inteligencia en el sentido de que se impone el mejor dotado intelectualmente, no. Antes que nada el jugar bien ajedrez, es una habilidad como la que tiene el guitarrista o el caricaturista. Por esta razón nunca debe encontrarse base en el resultado de una partida de ajedrez para hacer juicios acerca de la capacidad intelectual de los contendientes; y no hay tampoco que justificar una derrota para no sentir herido su orgullo personal que asimismo se cataloga como persona inteligente.
Aprendamos a jugar al ajedrez con la sinceridad que merece una recreación artística y con la alegría que da su ejecución; tal vez así la aseveración de don Miguel de Unamuno no nos hará seguir su ejemplo.
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